carta a Sidonie 

 

Queridisima Sidonie,

perdona la confianza, pero espero Tu entiendas que llamarte Condesa Anne-Henriette-Sidonie de Bigualt de Parfonrut haría todo un poco más complicado. No se si aun te gustaría escucharte nombrar con el titulo de Condesa. Dicen que “allí” los valores terrenales ya no cuenten y la idea no me disgusta. Espero a ti tampoco. Me limitare a mi habitual Tu, pero con la “t” mayúscula en forma de respeto. Te lo debo por más de una razón.

Este año he echado mucho de menos la hospitalidad de Tu bella CASA RODRIGUEZ, así como he echado de menos mi anfitriona que custodiaba con profundo amor y orgullo la que fue por larguísimo tiempo Tu demora.

La primera vez que traspase el umbral, la actual dueña de la casa acogió a mi y a los otros compañeros de viaje regalándonos un libro sobre vuestra tierra extraordinaria. Ese libro tenía un título bellísimo que me sugería un sentido de continuidad en el tiempo: “Pasábamos sobre la tierra ligeros”. El autor Sergio Atzeni, vuestro dignísimo compatriota, había dejado este mundo demasiado pronto, desafortunadamente, a solo 43 años.

Ese primer viaje fue todo un contar y explicar de nuestra anfitriona a nosotros profanos, mientras nos acompañaba a todos lados presentándonos su Sulcis Iglesiente y no solo. Rocas, cavernas, janas, ziqqurat, pinnite, fuentes sagradas, arboles, viento, historias y leyendas, sacros y profanos, pueblos de mar y de tierra, tradiciones populares y culinarias, recuerdos personales… Era solo el 2% de lo que pudiésemos aprender de Vuestras tierras en ocho días y nuestra anfitriona lo sabía bien.

Ese primero de cuatro viajes, después de haber soñado por treinta años de volver a Cerdeña con alguien que perteneciese a esa tierra y me pudiese acercar un poco a su verdadera esencia, yo lo vivi como un premio, como una narración constante de historia y vivencias humanos, de usos antiquísimos e inimaginables y algunas veces incomprensibles para mí, simple “continental”.

Los sucesivos tres viajes fueron premios adicionales no se bien por que méritos, pero no puedo más que agradecer mi anfitriona por habérmelos concedido.

En pasado había sido invitada en dos ocasiones a la costa septentrional, había hecho excursiones a Spargi y Budelli, admirado el alba en el mar desde lo alto de Capo d’Orso sin turistas alrededor que arruinasen el encanto y las fotografías, visitado la Grotta di Nettuno en Capo Caccia, fotografiado las rocas moldeadas de la erosión del viento (además del oso, inolvidable el elefantito al borde de la carretera), descubierto por primera vez los alcornoques despojados en Tempio Pausania, visitado los restos de un grande nuraghe del cual tenia solo elementares nociones y bañado en lo que consideraba, de riminese de nacimiento ya exasperada del propio, un verdadero mar finalmente turquesa y trasparente. Pero…

Pero sabía que no había entendido la Cerdeña, que no sabía nada de sus antiguos pueblos, de su magia, de sus variaciones paisajísticas inesperadas y sorprendentes. Solo una persona autóctona habría podido contármelos, pero tardo treinta años antes que llegara la correcta, una “tia” dura y veraz, un alma generosa que, por sus maneras directas, honestas y bondadosas, me recordaba a los de sangre romagnola que me corre por las venas y ala que estoy acostumbrada: Marina Tozzo, nuestra anfitriona. La que se había convertido en la actual propietaria de Casa Rodriguez. Prácticamente perfecta, querida Sidonie. Me gusta pensar que tu estarías contenta, más bien que lo estés hace tiempo.

Durante cuatro años, alternando la travesía del Tirreno volando o por mar, los viajes con Marina hacia sur, a veces desde Olbia, a veces desde las exuberantes Barbagie de Nuoro, ricas de agua como pocos continentales saben, nuestros itinerarios concluyeron siempre en Casa Rodriguez, en la Vuestra bellísima iglesias, Haciendo sentir también a mí, forastera, finalmente “a casa”.

Como digo al principio, querida Sidonie, este año he echado mucho de menos la hospitalidad de Casa Rodriguez. En estos últimos meses, tristemente caracterizados por una clausura forzada que acomunaba muchos de nosotros mortales, me he refugiado en algún recuerdo y en algún sueño a la espera de realizarlos.

Entre los recuerdos, el trisar de las golondrinas sobre nuestras cabezas cuando, en el jardín, disfrutábamos de las ultimas luces del día antes de la cena, relajando el cuerpo y la mente después de jornadas de casi incansables viajadoras. Trisar que, en mi Bolonia adoptiva, no escucho hace décadas. O el de vagar dentro de los muros de casa, en sus amplios espacios entre pasado y presente, entre ecos de almas estables y pasajeras. O el del placer de realizar un ritual cada vez que vuelves después de un año de usencia diciendo, con agradecimiento y respeto, “¡Hola, Casa Rodriguez! ¡Hola Sidonie! “.

Por lo que respecta a los sueños aun por cumplir, Aquí estas servida: volver a realizar aquel ritual de saludo antes de entrar y sumar, a los muchos eventos culturales y musicales que se han llevado a cabo en los años dentro de las bellas habitaciones con frescos y al aire libre, también el sonido de mi voz, de mi canto, pagando por la hospitalidad con un poco de mi alma.

Hasta la próxima, Sidonie.

Hasta la próxima, Casa Rodriguez.

Hasta la próxima y gracias, Marina.

Stefania Ferrini

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